Ni acuden a las citas. En eso, algunos son poco serios... para una vez que la Bruja se aviene a ser sociable y quedar con alguien... va y no aparece. Y eso que le fue a buscar por toda aquella plaza, pero nada, el mercachifle julandra debió preferir otro tipo de cena esa noche. Eso sí, tiene una tienda en un callejón impracticable. Por eso es tan barata. O porque es jipi. No sé.
Bueno, pero le vino bien ese plantón: no se puede ir de presidenta escoltada por segovianos a modo de maceros to’ldía. Cansa tanto reírse (se lo digan al maxilar del Praefectus).
Sin divagar, al tajo, que estábamos en lo del teatro. El teatro más grande del orbe descubierto ante nuestros rostros admirados por Pilatus fue la revelación. Pilatus crecía ante nuestros ojos como el soldado que es, seguro, orgulloso, generoso con los extranjeros a su cuidado. Impresionante. Conocer su fuerza vital ha sido, al menos para mí, un ejemplo valiosísimo. Su vasta cultura, para babear.
¿No conocéis a Pilatus? Pues no come menús turísticos de la mano izquierda. Nunca. Come cafeses irlandeses tradicionales, cargaditos, pero tradicionales. Y, todo eso y muchísimo más, de uniforme. Pasando las de Caín con el sol justiciero, pero sin flaquear ni un solo segundo. Va a ser complicado agradecerle tantísima atención y cariño.
¡Bah! Dirá algún sobrao, creyendo que es una sarta de cumplidos. Pues quizá, pero lidiar con la excursión que se le puso por montera no ha sido nada envidiable. Así que cumplidos o no, lo que si estamos es rendidos ante su persona.
Producto de una apuesta combinamos una cena que se ha convertido en una Quedadilla con altas y bajas. Un encuentro andalusegoviano. Han ganado los fichajes andaluces por goleada. Porque desde aquí íbamos 1, 2, 3, 4, 6, quizá 5, 3 y, por fin, 2 nada más. Mientras que el equipo local mantuvo un inicial 1, 3. Las razones y motivos de tanto cambio son prolijas y harto aburridas, así que se apartan. Nada, nada, no insistáis.
El caso es que nos encontramos sin motivo aparente ni causa concreta Brujicanalla, Andu, Djawa y servidor al cuidado de Pilatus. Con la promesa de tocar todos los palos culturales que la ciudad nos ofrecía. Y lo hicimos: comimos recetas locales en el Caballo Rojo, aunque no dejamos propina, lo que fue una grosería, sobre todo después de que la presidenta (que decía quécalónopuócomé) se beneficiara de una gran parte del carro de los postres, de varios pisos con inquilino; bebimos recetas locales combinándolas con otras caribeñas, generalmente; viajamos en transporte público arriba y abajo del decorado, entablando sólidas y entrañables relaciones con todos y cada uno de los actores que los conducían, a medida que nos iban recomendando los garitos de sus parientes más próximos; bailamos los sones de la tierra en la ribera, acogidos en una carpa especializada en bailes de salón: éramos los más jóvenes, excepción hecha del personal; sin menoscabo de comprobar que bastantes asiduos de esa toldada movía las caderas con una agilidad inusitada; investigamos la arquitectura local sobre las esculturas ya mencionadas, en lo que Djawa y este vuestro seguro servidor lo hacíamos de igual modo sobre las dos únicas camareras que había. Bueno, había algunos camareros zen, provenientes de algún armario de Italia o residentes impenitentes de la Facultad de Derecho de la Universidad de Córdoba. No obstante y en comparación con los bronces, tales servidores no hacían sombra sobre sus compañeras. Vamos, dónde va a parar.
Sensualidades aparte, que las hubo y variadas, la moraleja es que se come muy bien, se bebe mejor y se invaden bares con prolija afición, especialmente si tienen sofases.
¿He dicho sensualidad? Me he quedado corto. Será por los efectos que aun mantienen mis retinas después de pasar esos ratos con ellas, con las foristas, no las camareras, que no se dejaban, las jascas de ellas, quesque me lío con la sintaxis. Mecachis, si no nos recuperamos de un patatús cuando nos da otro a la que alguna de ellas, las ocurrencias de las foristas, pasan por delante, o cerca. Que combinemos las carcajadas con una innegable admiración, no es sino el refugio que ofrece el aire acondicionado de El Corte Inglés, sección saldos. No ha habido hombres mejor custodiados estos días que nosotros dos. Ni mujeres más espléndidas.
¿He vuelto a hablar de sensualidad? Será porque me acuerdo de aparcar la moto ante la orden perentoria que me dio el encargado del garaje, a la voz de métamela más dentro, así pasan los coches. Le contesté que eso sonaba fatal y que yo jamás haría cosa semejante. Con un murmullo poco afectuoso acabó este animado diálogo. Siento no poder valorar los encantos -indudables a todas luces- de aquel buen hombre de escasa melena. Me es imposible, aunque confieso sentir cierto halago vanidosillo en la parte de atrás. Aun resuena la risa de Djawa, testigo del flirt, ascensor arriba... También el recurso de la analogía ofrecida por nuestro anfitrión: ¿Y si cambio dentro por profundo? Lo que añadió sentimiento de amor verdadero por encima del acto en sí. Fue rechazado: no había tal sentimiento, mira que se intentó durante esos escasos nanosegundos que quisieron ser inundados por una química intensa...
Salir de esa ciudad no es fácil: aun están construyendo más decorados aquí y allá, por lo que el GPS apenas ayuda. Gracias al Altísimo, uno de los extras contratados nos facilitó indicaciones certeras. Seguramente había acabado su turno y ya no tenía que fingirse público anónimo cordobés. Pero la visión de mi ojo derecho que conserva Córdoba es la escena de Andu y Rosa desapareciendo al fondo del callejón, entre besos de la clásica y perolazos lanzados a través del casco (¿o era al revés?). Es el Efecto Golondrino, el de la dulzura de su voz, del sueño que embarga sus ojos estos días y los chispazos súbitos de humor bancario que causan desajustes en los esqueletos circundantes.
La del ojo izquierdo, es la imagen de Pilatus, aun de uniforme, pie a tierra, sonrisa permanente que ayuda a resaltar la intensidad de su mirada. El sonido de nuestras motos avanzando tras la estela de la clásica. Por el retrovisor, el suave abanico de la falda de Claudia Procula al lado de Pilatus, acodado sobre el escudo, su capa mecida por el calor sofocante. El penacho blanco de crines sobre el eje del casco de acero, se arrebolaba en torno a sus hombros. A su espalda, formada en perfecto orden de batalla, la Legio VI Ferrata Fidelas Constans.
Gratiae, Magister et Besusitus.
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